viernes, 10 de mayo de 2019

Mingo Sarradelll ha estudiado la flor de la manzanilla hasta la epoca de los neandertales

Los egipcios la llamaron la flor del sol, y con ella trataban la malaria. Los griegos se referían a ella como la pequeña manzana. Antiinflamatoria, desinfectante, decoloradora natural del cabello o útil cosmético, la manzanilla o camomila ha sido siempre remedio para alguien. En el pueblo de Linyola, en la comarca leridana del Pla d’Urgell, no hay casa en la que no se encuentre un bote lleno o un puñado de flores amarillas y blancas en cualquier rincón. Mingo Sarradell llegó a Linyola a los cinco años. Venía con su familia de Vilanova de Meià, el pueblo de la vecina comarca de la Noguera donde había nacido –1962–, mientras su madre cumplía destino como maestra. La escuela cerró porque había muy pocos alumnos. Eran siete, y de ellos cuatro eran Mingo y sus hermanos.
Se mudaron entonces a Linyola.
Sí, hace 50 años. Mi madre venía como maestra a la escuela de Linyola. Mi padre era comerciante de maíz, cebada, patatas...
En Linyola descubrió la flor de manzanilla.
Como casi todos los niños y niñas en Linyola, la recogía para venderla. Días antes de la fiesta mayor, me levantaba a las cinco de la mañana, y a las seis ya estaba en el campo, estaba lleno de flores. Lo hice hasta los 15 años.
¿A quién la vendía?
A señoras del pueblo que la ponían a secar y la vendían a herbolarios de Zaragoza, Barcelona y Madrid. Y en aquella época, en cada casa hacían licor de manzanilla y siempre había camomila para remedios de tantas cosas. Recogíamos por la mañana, luego nos cambiábamos para ir al colegio, de 9 a 12 y de 15 a 17 y, al salir, volvíamos al campo a recoger todavía más.
¿Qué utilizaban para recogerla?
Algunos lo hacían a mano, otros nos comprábamos una máquina que valía 500 pesetas, para cortar más a la vez. En dos o tres días la amortizabas. Podíamos recoger 20 kgs. por la mañana y otros 20 por la tarde.
¿A cuánto la pagaban?
A quince pesetas el quilo. Teníamos para subir tres veces a los autos de choque de la feria. Cada viaje valía cinco pesetas.
¿No había empresas que cosecharan manzanilla a mayor escala?
Sí. En los años 70, 80 y hasta los 90, entre Linyola y Vallfogona de Balaguer, compañías alemanas e inglesas, como Hornimans, plantaron manzanilla porque la tierra aquí ha dado siempre una manzanilla de mucha calidad, muy dulce y pura, guarda el 25% de su principio activo. Cuando habían pasado la cosechadora, íbamos a recoger las flores que quedaban en los márgenes del campo. En Alemania también había manzanilla en todas las casas y con ella hacían pastillas, como Juanolas.
¿Qué le llevó a estudiar la flor tan a fondo?
Como me sabían tan fuertes los licores de manzanilla que probaba, a los 15 años empecé a buscar yo mi propia fórmula de licor y lo daba a probar. Con solo 16 o 17º de alcohol y combinado con otras aromáticas digestivas, te levantas de la mesa como si no hubieses comido. Busqué mucha información. Yo, que iba para futbolista –fue juvenil del Lleida en su primer equipo de 2ª B–, y acabé haciendo INEF, he estudiado tanto la manzanilla por interés y curiosidad.
Pero ahora su licor ya se vende incluso.
El azar. Soy profesor de educación física, pero ahora llevo el aula de acogida del IES Josep Vallverdú de Les Borges Blanques. Suelo llevar a los alumnos a visitar empresas del entorno, y fuimos al obrador de Elixirs de Ponent, en Almacelles. Allí conocí al elaborador que compró mi receta.
¿Linyola sigue cultivando manzanilla?
La del licor viene del Parc de les Olors de Linyola, que es ecológica. El pueblo potencia cada vez más la recuperación de cultivos y su uso culinario. Y mantiene su Fira de la camamilla –19 de mayo– dentro de su fiesta mayor.

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