RIQUEZA. ¿CUÁL ES LA AUTÉNTICA RIQUEZA?

 Riqueza. Hoy quiero reflexionar sobre este concepto, del que ya os he hablado en otras ocasiones y que tanto debate provoca. Porque ¿quién es verdaderamente rico? ¿Qué significa tener riqueza? ¿Qué tipo de riqueza prefieres?

En este post quiero hablar de lo que, en mi opinión, constituye la auténtica riqueza. Y, para comenzar os contaré una historia llamada ‘El Palacio de Oro’.

“Había una vez un Rey que vivía en un gran Palacio de oro. Allí, junto a él, vivían sus asesores y todo el servicio que le procuraba una existencia sin más preocupación que pasear por Palacio, recibir visitas de mandatarios y nobles y organizar grandes fiestas con los mejores alimentos y espectáculos. Vivía una buena época: buenas cosechas, victorias bélicas con grandes tesoros y una satisfactoria recaudación de bienes.

El Rey era feliz rodeado de riquezas y sin preocupaciones.

De pronto, un día de invierno la tierra comenzó a moverse. Unas fuertes sacudidas comenzaron a desquebrajar las viviendas de los habitantes del pueblo. El Rey, en su palacio de oro, sentía el movimiento y, temeroso de que alguno de los adornos del Palacio le golpeara, se escondió bajo la cama. Todos los habitantes del Palacio buscaron un lugar en el que guarecerse mientras sufrían por sus familias, que no estaban al abrigo de los muros de oro inquebrantables del Palacio.

Después de minutos, que se asemejaron a horas, la calma volvió a la Tierra. Ya nada se movía. No había estruendo. La paz había regresado. Todavía temeroso, el Monarca salió de debajo de su cama. Lo mismo hicieron todos los habitantes de Palacio, que asomaban sus cabezas de debajo de mesas, sillas, armarios…

Ya en pie, el Rey corrió hacia la gran puerta de Palacio para contemplar el estado de su reino. Lo que contempló desde lo alto de su morada fue desolador. Su maravilloso reino se había convertido en escombros.

Los ojos del personal de Palacio se humedecieron. Temían lo peor. Como si de una procesión se tratara, fueron caminando junto con el Rey al núcleo de viviendas… El silencio era -si cabe- todavía más ensordecedor que el estruendo que había provocado el movimiento de tierras. El polvo lo cubría todo. Su reino parecía una ciudad fantasma, ¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho para que nos castigues con esta desgracia?, se preguntaba el Rey. Mientras tanto su séquito se lamentaba y buscaba entre los escombros alguna señal de vida.

¿De qué me sirve un Palacio de Oro si no tengo un pueblo con el que compartir mi reinado? ¡Lo daría todo por recuperar a mis súbditos!, gritó el Rey en medio del desolador silencio.

De pronto, un ruido ensordecedor les hizo girarse para mirar hacia el Palacio. ¡Era increíble! Se había desmoronado dejando una gran montaña de oro.

Todavía aturdidos por la singular situación escucharon el llanto de un niño. Corrieron hacia el lugar de dónde provenía el sonido y comenzaron con gran rapidez a retirar los escombros de cubrían al menor hasta que dieron con él. Se trataba de un bebé al que había salvado una gran mesa de piedra, bajo la que estaba protegido.

Entre la desesperación del momento, el Rey y su séquito sonrieron. ¡Sí! La vida se abría paso entre los escombros. Tras el bebé, encontraron a su madre -inconsciente, pero viva- junto a ella, un hombre que todavía respiraba. Escucharon una llamada de auxilio. Provenía de otra vivienda… allí encontraron a una pareja de ancianos. También vivían. Poco a poco, tras la sacudida inicial, fueron encontrando en cada una de las viviendas a sus habitantes. Aturdidos, pero con vida.

¡Gracias!, exclamó el Rey al aire. ¡Gracias por preservar lo más valioso de este reino!

Cuenta esta leyenda que con las pepitas de oro a las que había quedado reducido el Palacio pudieron reconstruir este pueblo y que, desde entonces, el Rey vivía junto a sus ciudadanos en una modesta casa, pero rodeado de ciudadanos felices y agradecidos”.

Eso es lo más valioso que tenía el Rey. ¡Su pueblo! Y en un momento de desesperación, cuando creía que lo había perdido es cuando se dio cuenta. En ese momento no le importaba su palacio de oro, ni las ricas viandas… ¡le importaban las personas!

¿Ya sabéis qué es lo más valioso para mí, verdad?

¡El bienestar de las personas que hay a mi alrededor! Y, estoy casi seguro, que también es lo más importante para todos vosotros.

Por supuesto que es primordial tener nuestras necesidades cubiertas y que en esta época tan difícil que estamos viviendo hay situaciones muy graves que son primordiales, pero quiero que nos detengamos a pensar en lo ricos que somos.

• Somos ricos cuando abrimos los ojos a un día nuevo, con sol o nublado; con muchas o pocas obligaciones; más o menos temprano. Tenemos el lujo de contar con un día más para hacer la vida más feliz a los que nos rodean, para aprender, para leer un nuevo libro, escuchar una nueva canción o contribuir con nuestro trabajo a hacer más fácil la vida a otros.
• Somos ricos cuando conservamos la salud o cuando conseguimos superar una enfermedad. Cuando nuestra familia está sana y unida. ¿No es un lujo en una situación de pandemia como la actual?
• Somos ricos cuando tenemos personas a nuestro alrededor a las que cuidar, a las que despertar una sonrisa, cuando podemos ayudar a otros a sobrellevar situaciones difíciles o, simplemente, cuando podemos prestar nuestro hombro para que esa persona que lo pasa mal se apoye.
• Somos inmensamente ricos cuando nos equivocamos y ¡aprendemos de ello! Cuando lo volvemos a intentar una y otra vez. Cuando huimos de la resignación y seguimos trabajando por salir adelante con esperanza e, incluso, ilusión. Cuando acaba el día y hemos conseguido avanzar unos metros, aunque nos hayamos tropezado por el camino.
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