sábado, 17 de octubre de 2020

Cómo recuperar la ilusión por cocinar de una vez por todas

 Antes de entrar al trapo, déjenme que les cuente que vivo en el mismo edificio que mis padres, mi hermano y hasta una tía, cada uno en un apartamento distinto, a distintos niveles de una escalera con muchos vecinos. Durante el confinamiento no nos vimos más que saliendo al balcón, sacando la cabeza por la ventana o conectándonos telemáticamente. Eso sí, nos organizábamos logísticamente para las compras, que entregábamos en las distintas puertas evitando el contacto.

A veces sonaba el timbre y, al abrir la puerta con todas las prevenciones, colgada del pomo había una bolsa repleta de fiambreras con deliciosos guisos caserosbuñuelos y otras suculencias preparadas por mi madre que nos alegraban el aislamiento.

En una sociedad donde cada vez más personas vivimos solas,  los servicios sociales hace ya tiempo que han comprobado que el hecho de comer en soledad cada día puede llevar a la desnutrición"

Ahora sí. Mi queridísimo Jesús Contreras, una de las personas que mejor entiende porqué comemos lo que comemos o dejamos de comer, ha recogido a lo largo de su prestigiosa carrera de investigador testimonios como éste “-Yo he perdido mucho porque como guiso para mi sola… Al no practicar se pierde mucho... Yo, antes, hacía muchas cosas ricas... ya no tienes aquella... al quedar menos gente en casa ya...”o éste “-Una persona mayor tiene muchas dificultades a la hora de cocinar, pero hay una que no tiene solución, y es la soledad, la ausencia de compañía. Por bien que estés de salud, en el momento de entrar a la cocina para hacer un plato sencillo para ti solo, lo haces maquinalmente, sin ninguna ilusión, porque sabes que una vez en la mesa te lo comerás más o menos a gusto según el hambre que tengas, pero, acompañado tan sólo de tu propia sombra y de un ambiente triste y frío… Desde que estoy solo, no he cocinado más, no me da ilusión. Como cualquier porquería”. Son sólo dos de los muchos ejemplos que sirven al reconocido antropólogo para descubrirnos claves interpretativas tan potentes como la que nos advierte que debemos considerar la comensalidad como una categoría nutricional.

Efectivamente, en una sociedad donde cada vez más personas vivimos solas, especialmente cuando somos mayores, los servicios sociales y entidades solidarias hace ya tiempo que han comprobado que el hecho de comer en soledad cada día puede llevar a la desnutrición u otras formas de malnutrición. Por eso organizan servicios para hacerlo en compañía. Pero, aunque los testimonios del Doctor Contreras ilustren esta realidad, los que he escogido no hablan tan solo de comer, sino sobre todo de cocinar.

Muchas personas, mayormente mujeres, que se han encargado durante gran parte de su vida de gestionar una responsabilidad con implicaciones tan importantes en la economía, la salud, la cohesión y el bienestar de los seres queridos como es la alimentación de su familia, al quedarse solas declaran haber perdido la ilusión por cocinar. De hecho, además de que en casos de pérdidas recientes pueda reforzar la sensación de soledad, es cierto que en cualquier edad y situación se acostumbra a pensar que complicarse mucho cocinando para uno solo no merece la pena.

Para que el colectivo se perpetúe, los mecanismos evolutivos nos han programado para que sintamos gratificación emocional cuando cuidamos a nuestros allegados"

El razonamiento tiene su lógica. Preparar un buen cocido para seis u ocho comensales (sin contar la compra, el remojo de la víspera…) requiere tres horas largas, mientras que para hacer uno de individual se necesitan… prácticamente las mismas. Claro, si calculamos la razón de personas satisfechas y bien alimentadas por unidad de tiempo dedicado, es evidente que la productividad del cocinero o cocinera y hasta la sostenibilidad energética por ahorro de gas o electricidad son proporcionales a las raciones preparadas.

En realidad, si el incentivo fuera solamente este del rendimiento, el siempre aconsejable recurso de preparar más cantidad, porcionar y congelar hasta ulteriores tomas sería suficiente. Pero es que además está el placer de cocinar para los demás, ofreciéndoles con la comida el regalo de nuestras habilidades y dedicación.

Para que el colectivo se perpetúe, los mecanismos evolutivos nos han programado para que sintamos gratificación emocional cuando cuidamos a nuestros allegados (aunque sabemos que la evolución se basa en la diferenciación genética y mientras algunos individuos parecen no tener gen del cariño, otros son unos superdotados capaces de amar y luchar por comunidades enteras de desfavorecidos como los recientemente desaparecidos Casaldàliga, Pousa o Gispert).

La fórmula podría ser: satisfacción igual a número de comensales multiplicados por el coeficiente de cariño que sintamos por ellos más el retorno explícito de su agradecimiento"

Puesto que los seres humanos necesitamos comer cada día alimentos cocinados (sí, ya sé que me repito, pero éste es uno de los pilares de mi Teoría General de la Gastronomía, lo siento) una manera esencial de cuidarnos es cocinárnoslos. Por eso el placer de cocinar se dispara cuando hay para quien hacerlo; la fórmula podría ser: satisfacción igual a número de comensales multiplicados por el coeficiente de cariño que sintamos por ellos más el retorno explícito de su agradecimiento.

¡Pues ya está! Y si por lo que sea no podemos o queremos tener familia cerca, cocinemos para los amigos. O para nuestras vecinas, que ahora quizá son solo conocidas o saludadas, pero pronto serán amigas si nuestro algoritmo funciona… Una hace los macarrones, otra la ensalada, un tercero la macedonia con yogurt… Un día comemos en casa de uno, otro de otra y otro en el parque… Compartamos comida y mesa y nunca, nunca olvidemos reconocerlo enfáticamente cuando el guiso esté de rechupete para retroalimentar el factor emocional, impulsando así nuestro círculo virtuoso culinarioafectivo

El placer de cocinar se dispara cuando hay para quien hacerlo"

-Pero…

-Pero ¿qué?

-Pues que con el maldito bicho rondando por aquí igual no es aconsejable que quienes somos población de riesgo vayamos de una casa a la otra con quién no forma ya parte del círculo de convivencia, sobre todo cuando empiece a hacer frío y tengamos que comer con las ventanas cerradas…

…-¡Lo tengo! Hasta que tengamos los tests rápidos, cocinemos con higiene, compartamos las raciones y comamos cada una en su casa, pero conectadas por videoconferencia, que la estadística demuestra que los mayores tenemos muchas más habilidades digitales de lo que esta sociedad gerontofóbica cree.

-¡Claro! Va a ser una versión más completa de los famosos vermuts de confinamiento para esta dichosa ya no tan nueva anormalidad, que nos permitirá recuperar la ilusión por la cocina.

-Sí! De hecho, lo mismo pueden hacer otros grupos de cualquier situación y edad. ¡Hasta intergeneracionales!

-Y un día a la semana, lo encargamos en el restaurante del barrio. Hay que apoyarlos que a ellos también los necesitamos.vanguardia



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